Como todo lenguaje, el fotográfico tiene un carácter cultural, es un medio de comunicación
y puede transformarse en una forma de expresión artística. Se aprende
a tomar fotografías ejercitando la capacidad de observación, estudiando e interactuando
con la cámara, ensayando y experimentando formas de mirar la realidad. Se
aprende también de las mismas fotografías, aquellas cientos o miles de imágenes con
las que convivimos día a día. Al igual como ocurre con el lenguaje verbal, el lenguaje
de las imágenes se perfecciona a medida que adquirimos conocimientos teóricos y
técnicos que permiten al comunicador intencionar los resultados de acuerdo a los
objetivos esperados.
En el caso de la fotografía, el conocimiento del manejo de los procedimientos de captura
de la luz y la dimensión significativa de sus efectos es esencial, ya que sus principios
técnicos y artísticos están basados en su acción, como bien lo indica el origen etimológico
del término phòsgraf, grabar con luz.
El lenguaje artístico fotográfico partió de la herencia de la
pintura. Sin embargo, rápidamente amplió su léxico gracias a la facilidad de hacer enfoques extremos (picados, contrapicados, etc.), la captura del movimiento con largos tiempos de obturador y la decisión del momento. La presión sobre el fotógrafo para marcar su subjetividad en la fotografía forjó un lenguaje lleno de sutilezas pero perfectamente comprensible, muy directo para cualquier observador.
Hoy la
fotografía es practicada por millones de personas en todo el mundo armados con buenas cámaras fotográficas. Actualmente se prefieren las cámaras con una buena óptica y muchas opciones que añadan flexibilidad, frente a las cámaras orientadas al consumidor, donde la óptica y el obturador quedan dirigidos por la electrónica restando al hecho de hacer una foto gran parte de su imprevisibilidad. La aparición de las cámaras digitales, cámaras mixtas con vídeo y la fotografía en entornos de realidad virtual complican, enriqueciendo,
el futuro de este arte.